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Tuesday, June 21, 2011

Sin novedad en el frente. Pedro Lastra

Sin novedad en el frente

Pedro Lastra

Miércoles, 22 de junio de 2011

El asalto al penal de El Rodeo protagonizado por batallones de la Guardia Nacional resulta tan espeluznante, que cabe preguntarse si no está sirviendo de entrenamiento y bautismo de fuego para enfrentamientos del tercer tipo



Toda esta grave situación ocurre mientras el país se extravía a la deriva, sin rumbo ni timonel. La inoperancia, la incapacidad, la miseria espiritual y moral de quienes han quedado con el control del país mientras el caudillo se entrega en brazos del totalitarismo cubano, no tienen precedentes en la historia de la República. Venezuela toca fondo. O los factores democráticos – partidos, academias, empresariado, iglesias - reaccionan y asumen el control de esta anarquía inducida o podríamos ingresar al infierno de la disolución. Ya estamos golpeando a sus puertas.
"El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Nacional; debe, por consiguiente, conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás. "
            El asalto al penal de El Rodeo protagonizado por batallones de la Guardia Nacional resulta tan espeluznante, que cabe preguntarse si no está sirviendo de entrenamiento y bautismo de fuego para enfrentamientos del tercer tipo. Puede usted comprobarlo sin mayor esfuerzo recurriendo a Youtube. Verá algunas escenas de las que se nos han hecho habituales en las películas del cable que acontecen en Afganistán o en Irak. Tres jóvenes soldados practican el tiro a la presa, suficientemente parapetados y desde una distancia más que conveniente para que sus vidas no corran ningún peligro: escogen las ventanas de la prisión a las que quieren acertar, buscando desesperadamente dar en el blanco – un reo asesinado - , se las comunican a los compañeros que no nos son visibles pero cuyas ráfagas retumban y van a dar al blanco. Los gritos de alegría son propios de jóvenes que se divierten en un parque de atracciones tirándoles a conejos de latón. Las groserías, dignas de pandilleros tanto o más peligrosos que aquellos que imaginamos arrinconados bajo sus literas o colchones para sacarle el cuerpo a las balas. Obviamente: calibre de guerra. Parabellum.
            Viéndolo y sintiéndome repugnado hasta la náusea, no he podido evitar recordar sentimientos semejantes vividos el 27 de febrero de 1989, cuando un motín popular súbitamente desencadenado por el alza del precio del transporte y que provocara saqueos descomunales contra comercios minoristas de toda índole pusiera en pie de guerra a las fuerzas armadas y culminara una de las jornadas más sombrías de la historia contemporánea de Venezuela. Con un aterrador agravante: en este caso se disparaba a mansalva, en despoblado y con alevosía a una edificación perfectamente sitiada. Una elemental proyección a nivel estatal podría mostrarnos su verdadera envergadura: si como sostienen algunos de todos estos sucesos resulta casi un centenar de muertos y muchísimos heridos, ante una edición renovada del Caracazo tendríamos miles y miles de asesinados.
            Imposible obviar algunos elementos desencadenantes de esta terrible tragedia: en primer lugar la abusiva sobrepoblación carcelaria, que hacina tres o cuatro veces más prisioneros de los que sus instalaciones están capacitada para albergar. En segundo lugar, el retardo procesal, que mantiene en prisión a miles de reos sin la menor posibilidad de tener acceso a la justicia. Hay presos que llevan más de cinco años en prisión sin que sus casos hayan sido ni siquiera considerados. En tercer lugar, el absoluto abandono en que se amontonan por años, sin ninguna política reeducativa, viviendo en medio del excremento, la basura, la inmundicia. Entregados a su triste destino sin esperanzas ni de redención ni de condena. Vegetando en el limbo del absoluto desinterés gubernativo. Obviamente desasistidos, mal alimentados, tratados como animales salvajes.
            Y posiblemente la peor de todas las lacras que sufren los cerca de ochenta mil presos venezolanos sea la desaforada corrupción de que son víctimas, con un doble saldo de criminalidad: la explotación por parte de sus carceleros, y la provocación al crimen y el deshuese que esas armas favorecen. Vale la pena releer a Franz Fanon y su estremecedora denuncia contra el colonialismo francés por alimentar la aniquilación entre los propios colonizados. El rencor, el odio y el asesinato que inducen esos crímenes motivados por la corrupción y el enriquecimiento de los proveedores de armas, drogas y otros instrumentos del horror y la muerte deja al desnudo la pudrición de nuestros cuerpos policiales y uniformados, así como la bajeza moral de quienes administran esos recintos bajo la autoridad del ministerio de interior y justicia. Se comprende que el 90% de los 150 mil asesinatos cometidos durante el gobierno de Hugo Chávez no hayan sido encarados: ¿qué hacer con tal cantidad de asesinos hacinados en condiciones de barbarie?
            Toda esta grave situación ocurre mientras el país se extravía a la deriva, sin rumbo ni timonel. La inoperancia, la incapacidad, la miseria espiritual y moral de quienes han quedado con el control del país mientras el caudillo se entrega en brazos del totalitarismo cubano, no tienen precedentes en la historia de la República. Venezuela toca fondo. O los factores democráticos – partidos, academias, empresariado, iglesias - reaccionan y asumen el control de esta anarquía inducida o podríamos ingresar al infierno de la disolución. Ya estamos golpeando a sus puertas.
Pedro Lastra

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