Sangre en el diván (increible fue Rector UCV,ahora aparece otro ex Rector en hechos punibles Fuenmayor )
Roberto Lovera De-Sola
El libro de Ibeyise Pacheco nos lleva a una situación más honda: su indagación debe ser tenida a la vez como una inmersión en lo más hondo del malestar venezolano, aquí está expuesta una de las facetas más trágicas de la vida venezolana
No puede leerse sino con dolor, con estremecimiento, el impecable libro de Ibeyise Pacheco: *Sangre en el diván* (Caracas: Grijalbo, 2010. 253 p.) en el cual muestra la personalidad y homicidio cometido por el psiquiatra Edmundo Chirinos en la persona de una de sus pacientes, la joven estudiante Roxana Vargas Quintero(1989-2008).
Como investigación periodística, un rico sendero de la actividad de los reporteros en nuestro tiempo, este libro solo merece elogios, no hay un solo pasaje que sobre ni nada que falte. Es de hecho un hondo acto de justicia en una sociedad, como la nuestra de estos días, en que esta ha dejado de existir.
Es tan hondo lo que vamos leyendo al seguir a Ibeyise Pacheco en su indagación que lo primero que viene a nuestra mente al cerrar este terrible libro es volver a citar una frase muchas veces repetida por Francisco Herrera Luque (1927-1991) según la cual los venezolanos estábamos obligados a “no silenciar ni los actos dignos de reprobación como aquellos dignos de alabanza”. Aquí estriba una de las bases esenciales de este libro.
Nos hemos sentido obligados a redactar esta reseña porque hechos como el que se narra este libro no deben repetirse, ello porque lo más grave que vimos y que aquí encontramos registrado no es la existencia de un delincuente, todas las sociedades los tienen, sino la red de complicidad por décadas silenció esos hechos que ahora se han hecho públicos.
En el caso de *Sangre en el diván*, el título no puede ser más exacto, fue en el diván, centro litúrgico de la psicoterapia y de la sanación de los pacientes, en donde se cometió aquel bárbaro crimen.
Y aquí el libro de Ibeyise Pacheco nos lleva a una situación más honda: su indagación debe ser tenida a la vez como una inmersión en lo más hondo del malestar venezolano, aquí está expuesta una de las facetas más trágicas de la vida venezolana. En este caso es válida la pregunta el médico Miguel Ángel de Lima, entrevistado por la reportera: “¿Está la sociedad enferma?
Sí. Parece que se premia la mentira, los fraudes, el engaño. La sociedad en pos del éxito” (p.166). No hay que olvidar aquí la forma como en este país se han exaltado a los peores seres y lo mala madre que ha sido Venezuela de sus mejores hijos. Duele decirlo pero es así.
Tal el caso de Edmundo Chirinos (Churugara, Falcón,1933) quien pudo engañar a muchos durante mucho tiempo pero no a todos siempre, según la célebre frase del presidente norteamericano Abraham Lincoln (1809-1865).
El psiquiatra de quien se trata en *Sangre en el diván*, 12 de julio de 2008, asesinó en Caracas, en su propio consultorio de La Florida, a su paciente Roxana Vargas Quintero, entre las 7:30 y las 10 de la noche. Casi un año antes, en la primera sesión a la que asistió la joven a su consultorio, en el año 2007, la había dopado, violado y fotografiado desnuda, igual que a numerosas de sus pacientes, como lo comprobó la investigación policial. 1200 fotografías de mujeres desnudas aparecieron en su casa de habitación, no todas desde luego gráficas de sus pacientes, pero según la investigación policial, al menos 400 tenían esa procedencia.
Aquel hecho increíble, rápidamente descubierto, puso al descubierto en nuestra sociedad la existencia de un delincuente que se había movido entre nosotros sin que nadie sospechara su verdadera personalidad. Se le tenía solo como un mujeriego. Este había llegado a ser Rector de la UCV, parlamentario y participado en la política. Pero la verdad plena de quien era no había sido sospechada. Hubo personas, para nada amigas del médico que no creyeron en su culpabilidad hasta el día en que fue condenado en los tribunales. Hasta ese momento había parecido que todo aquello era increíble.
Así el suceso puso sobre el tapete, como indica la autora de *Sangre en el diván*, “El problema para Chirinos y su defensa no sólo era su posible responsabilidad en el homicidio contra Roxana Vargas. Al psiquiatra le había llegado el momento de confrontar denuncias numerosas que comenzaron a circular, en especial vía Internet, sobre abusos sexuales cometidos por el médico en ejercicio de funciones. El juicio moral comenzó a cobrar una fuerza impresionante” (p.75).
Habían explotado la acumulación de vicios y de corrupción personal, esta se había hecho pública, ya, por su último hecho, era imposible seguir ocultando la verdad. Está había estallado. La historia universal está llena de casos como este de Edmundo Chirinos, ¡no hay nada oculto bajo el sol!.
EL PSIQUIATRA
Todo lo que nos expone Ibeyise Pacheco es claramente coincidente con una personalidad enferma. Basta leer con atención el capítulo autobiográfico, lúcidamente titulado por ella “El delirio”, para darse cuenta que su personaje vivió en medio de sus mil fantasías. No sabemos al leer *Sangre en el diván* el origen de estas páginas: ¿le fueron dictadas por el propio Chirinos?¿o proceden de unas memorias que él redactó y no publicó, pero sobre la cual corrió la noticia de su existencia en nuestra comunidad intelectual? Sea cual sea su origen son en casi todos sus pasajes falaces, incluyen además afirmaciones, sobre todas las históricas, que pueden ser refutadas con un libro de historia de Venezuela en la mano. Y su idea de que toda idea novedosa procedía de él no puede ser más errónea. Es lastimoso leerlas. Al igual que la entrevista que le hizo Miyó Vestrini (1938-1991), que se recoge en el apéndice del volumen. Es impecable como todo lo que Miyó hizo en vida pero a la luz de lo que hoy conocemos del entrevistado no pueden ser tomadas en cuenta ninguna de sus respuestas.
EL DELINCUENTE
¿Cómo un delincuente de esa catadura anduvo entre nosotros, en el país, en la universidad, en el parlamento, sin que nos diéramos cuenta de quién era es la gran interrogante que subyace en el libro de Ibeyise Pacheco. Y ello porque se hace presente la sociedad de cómplices que lo encubrieron, los psiquiatras que atendieron a las pacientes violadas por él y guardaron silencio como si formaran parte de una sociedad de delincuentes de mutuo auxilio.
El personaje auscultado con tanta precisión por la periodista es sin duda un sexoadicto: es de esos hombres no pueden ver una mujer sin llevársela a la cama. Pero luego la olvidan, inmediatamente, porque como no sabe amar o no puede amar, cosa evidente en todo sexoadicto, no llega a tender lazos con ella.
No tiene conciencia, por su patología, no hay que ser psiquiatra para verlo así, de que no puede existir amor sin compromiso, sin sentir las huellas que una mujer amada deja en el hombre que la ama, por ello hay amores que nunca se olvidan, por eso hay amores que nunca acaban. Es por ello que hoy las mujeres reclaman tanto la llamada del hombre después de una noche de amor. Toda la literatura latinoamericana escrita por mujeres, que es fascinante para comprender el ser femenino, lo registra. Y la venezolana también, tal *El aplauso va por dentro* (1997) de Mónica Montañéz.
Pero este caso era distinto porque se trata de un enfermo: “Chirinos utilizaba la psiquiatría como excusa para abusar sexualmente de sus pacientes y cometer actos perversos, indignos” (p.200) como lo indica al investigador policial.
Tan grave es el asunto que los tres psiquiatras entrevistados por la autora para trazar el croquis de la personalidad perturbada del psiquiatra, y ahora homicida, “Chirinos de siempre, ha sido un seductor exagerado patológico” (p.158), indica el psicoanalista Rómulo Lander; Miguel Ángel de Lima, otro psiquiatra, “Chirinos es incapaz de amar. Solo se quiere él. No puede generar un vínculo real con nadie…También está su incapacidad de aprender de la experiencia” (p.165). Y la galeno Carmen Vallenilla, también entrevistada para *Sangre en el diván*, “Creerse Dios se llama narcisismo. Y para ser narciso, tú tienes que tener un buen nivel intelectual. No sólo belleza física. El narciso es el personaje que tiene la razón, la verdad en sus manos. Es capaz de hacer milagros. Hipnotiza, cautiva.
Todo lo que sucede a su alrededor se debe a él. Todo es producto de él, hasta donde su imaginación lo determine. Un narciso fácilmente se lleva la ética por delante. ¿Por qué no se la va a llevar? De hecho juega constantemente con la fama” (p.167-168). Y añade: “El comportamiento de Chirinos pareciera que no sólo tendría que ver con su narcisismo…siento que él tiene un problema con su sexualidad. El puede gozar, disfrutar del poder que tiene sobre alumnos, pacientes, pero yo lo siento aun más bizarro, más complicado…Además de otras características que tienen que ver con la falta de ética con los demás…A él no le importa nada, ni nadie” (p.168).
EL SUCESO
El asesinato de Roxana Vargas Quintero lo cometió Chirinos, de forma atroz, golpeándole la cabeza contra la pared, dejando lleno con la sangre de la muchacha el diván de su consultorio. Ello fue el 12 de Julio de 2008. Luego sacó el cadáver de su clínica y lo hizo arrojar en un vertedero de basura.
Siempre creyó que no sería descubierto, había vivido hasta ese día, toda su vida, al filo de la navaja. Pero aquella era su hora, no la menguada sino la de la justicia. Pero era imposible esconder el crimen dados los testigos de aquellos hechos, la hermana, los padres de la muchacha y sus amigos. La madre denunció al siquiatra ante las autoridades. Cuatro días más, el 16 de julio, la opinión pública conocía quien había sido el autor del homicidio.
De hecho comenzaron a aparecer otras víctimas, entre ellas una señora mayor, que había sido paciente del psiquiatra, también ella había sido violada por él. No pudo defenderse entonces pero guardó las pruebas: la ropa que llevaba ese día, toda llena del semén de Chirinos, la entregó a la policía. Inmediatamente también empezaron a conocerse las numerosas denuncias hechas por pacientes mujeres de Chirinos por hechos similares, varias de estas están presentadas en *Sangre en el diván*.
Tras el asesinato, la investigación cuidadosamente llevada adelante por el criminalista Orlando Arias, impecable sabueso quien cuidó siempre que la política no influyera en sus pesquisas, conocía bien la vinculación de Chirinos con el gobierno. En esa labor la inmensa red de mentiras dichas por Chirinos lograron quedaron al descubierto y ser refutadas, una tras otra, por el paciente detective Arias. El 29 de julio de 2008 le fue formulada a Chirinos la acusación por homicidio intencional; al día siguiente, 30 de julio, fue detenido; el 29 de septiembre 2010 fue condenado 20 años de prisión y se prohibió del ejercicio de la psiquiatría.
ROXANA
Lo que sucedió a Roxana Vargas Quintero, no pudo ser peor, rindió la vida en manos del psiquiatra. Todo de forma inocua. Ella fue primero su paciente. La primera cita fue el 30 de septiembre de 2007, un año antes de su homicidio. En ese primera cita el abuso sexual cometido no puede ser sino calificado como una violación (p.18). Violación es siempre, a nuestro entender, cualquier relación tenida sin la aceptación plena de la mujer, incluso cuando se trata de una esposa. La misma Roxana confesó en su blog que en ese primera relación él no la había penetrado(p.99) pero ello no cambia el hecho de la agresión sexual padecida, aprovechándose además de su estado de salud. Ella luego fue su amante, lo que nos indica que Chirinos no poseía ninguna ética médica, rompió con lo que debía ser la relación médico-paciente, incluso con el juramento hipocrático que obliga a todo galeno a dar salud y a no infligir la muerte.
Pero Roxana como una amante nunca fue tratada por Chirinos con la ternura y delicadeza con la que se trata a una mujer amada: nunca le invitó a salir, nunca la llevó a restaurant, nunca la sedujo, ni la enamoró, nunca la llevó a hacer el amor en su propio apartamento ni a un hotel, nunca pasaron juntos ni un fin de semana. Incluso, lo que es peor, la gente que trabajaba en su clínica sabían lo que el doctor estaba haciendo él con ella en su consultorio. Y el amor sin intimidad, sin secreto entre los que se aman, no es amor, sin seducción tampoco es posible que dos cuerpos, que incluyen dos almas, dos espíritus, dos sensibilidades, puedan enamorarse. En el caso de Chirinos el amor nunca estuvo presente, siempre estuvo lejos, lo que hubo siempre fue la violencia.
Y Roxana, demasiado joven para sopesar lo que iba a hacer, cometió luego el error fatal: cuando decidió denunciarlo, lo que era justo, completamente escrupuloso, volvió a su consultorio a decirle lo que haría, no se dio cuenta quien era Chirinos, esa noche el psiquiatra la eliminó porque por vez primera había aparecido la persona que lo desenmascararía ante la sociedad.
EL DIARIO
Pero Roxana Vargas Quintero dejó el gran testimonio acusador. Chirinos desconoció siempre de su existencia. Se trataba de su diario personal: “Un diario manuscrito, algunas veces con lápiz de grafito, otras con tinta azul y negra, sobre el cual volcó con la honestidad desgarradora de lo oculto sus sentimientos sobre todo su entorno, incluido Chirinos. Nadie conocía ese diario. Ni Mariana que vivía con ella, ni su madre, ni sus amigos. A todos sorprendió encontrarlo allí, en su cuarto, cuando comenzó su búsqueda porque por primera vez no había llegado a casa. El diario colocado allí era como un último mensaje, como una carta de despedida, como la confesión de un moribundo que había sido testigo de un hecho delictivo y conocía la identidad del culpable” (p.27). Allí estaba dicho todo.Y por cierto, Roxana, estudiante de Comunicación Social, escribía muy bien.
Todos los fragmentos que cita Ibeyise Pacheco están escritos con exactitud y hasta con belleza. No estamos hablando, era muy joven aun, de una persona con las dotes para la escritura de un creador de fuste pero si de una persona que redactaba sus hojas con un estilo mucho mejor que con la simple corrección al consignar los datos de su vivir. Ojala que algún día se publique, serán unas páginas más para añadir a nuestra literatura autobiográfica.
PARA CERRAR
No dudamos que este libro de Ibeyise Pacheco no sólo perdurará como el acto de justicia que significa. Sin duda, será utilizado en las escuelas universitarias de Comunicación Social como modelo de reportaje sobre un homicidio.
No podemos cerrar sin citar otra vez a Herrera Luque y a aquella observación suya: “No hay nada peor que un psiquiatra corrompido”.
Notas relacionadas:
- Chirinos: "Una tragedia venezolana"
El libro de Ibeyise Pacheco nos lleva a una situación más honda: su indagación debe ser tenida a la vez como una inmersión en lo más hondo del malestar venezolano, aquí está expuesta una de las facetas más trágicas de la vida venezolana
No puede leerse sino con dolor, con estremecimiento, el impecable libro de Ibeyise Pacheco: *Sangre en el diván* (Caracas: Grijalbo, 2010. 253 p.) en el cual muestra la personalidad y homicidio cometido por el psiquiatra Edmundo Chirinos en la persona de una de sus pacientes, la joven estudiante Roxana Vargas Quintero(1989-2008).
Como investigación periodística, un rico sendero de la actividad de los reporteros en nuestro tiempo, este libro solo merece elogios, no hay un solo pasaje que sobre ni nada que falte. Es de hecho un hondo acto de justicia en una sociedad, como la nuestra de estos días, en que esta ha dejado de existir.
Es tan hondo lo que vamos leyendo al seguir a Ibeyise Pacheco en su indagación que lo primero que viene a nuestra mente al cerrar este terrible libro es volver a citar una frase muchas veces repetida por Francisco Herrera Luque (1927-1991) según la cual los venezolanos estábamos obligados a “no silenciar ni los actos dignos de reprobación como aquellos dignos de alabanza”. Aquí estriba una de las bases esenciales de este libro.
Nos hemos sentido obligados a redactar esta reseña porque hechos como el que se narra este libro no deben repetirse, ello porque lo más grave que vimos y que aquí encontramos registrado no es la existencia de un delincuente, todas las sociedades los tienen, sino la red de complicidad por décadas silenció esos hechos que ahora se han hecho públicos.
En el caso de *Sangre en el diván*, el título no puede ser más exacto, fue en el diván, centro litúrgico de la psicoterapia y de la sanación de los pacientes, en donde se cometió aquel bárbaro crimen.
Y aquí el libro de Ibeyise Pacheco nos lleva a una situación más honda: su indagación debe ser tenida a la vez como una inmersión en lo más hondo del malestar venezolano, aquí está expuesta una de las facetas más trágicas de la vida venezolana. En este caso es válida la pregunta el médico Miguel Ángel de Lima, entrevistado por la reportera: “¿Está la sociedad enferma?
Sí. Parece que se premia la mentira, los fraudes, el engaño. La sociedad en pos del éxito” (p.166). No hay que olvidar aquí la forma como en este país se han exaltado a los peores seres y lo mala madre que ha sido Venezuela de sus mejores hijos. Duele decirlo pero es así.
Tal el caso de Edmundo Chirinos (Churugara, Falcón,1933) quien pudo engañar a muchos durante mucho tiempo pero no a todos siempre, según la célebre frase del presidente norteamericano Abraham Lincoln (1809-1865).
El psiquiatra de quien se trata en *Sangre en el diván*, 12 de julio de 2008, asesinó en Caracas, en su propio consultorio de La Florida, a su paciente Roxana Vargas Quintero, entre las 7:30 y las 10 de la noche. Casi un año antes, en la primera sesión a la que asistió la joven a su consultorio, en el año 2007, la había dopado, violado y fotografiado desnuda, igual que a numerosas de sus pacientes, como lo comprobó la investigación policial. 1200 fotografías de mujeres desnudas aparecieron en su casa de habitación, no todas desde luego gráficas de sus pacientes, pero según la investigación policial, al menos 400 tenían esa procedencia.
Aquel hecho increíble, rápidamente descubierto, puso al descubierto en nuestra sociedad la existencia de un delincuente que se había movido entre nosotros sin que nadie sospechara su verdadera personalidad. Se le tenía solo como un mujeriego. Este había llegado a ser Rector de la UCV, parlamentario y participado en la política. Pero la verdad plena de quien era no había sido sospechada. Hubo personas, para nada amigas del médico que no creyeron en su culpabilidad hasta el día en que fue condenado en los tribunales. Hasta ese momento había parecido que todo aquello era increíble.
Así el suceso puso sobre el tapete, como indica la autora de *Sangre en el diván*, “El problema para Chirinos y su defensa no sólo era su posible responsabilidad en el homicidio contra Roxana Vargas. Al psiquiatra le había llegado el momento de confrontar denuncias numerosas que comenzaron a circular, en especial vía Internet, sobre abusos sexuales cometidos por el médico en ejercicio de funciones. El juicio moral comenzó a cobrar una fuerza impresionante” (p.75).
Habían explotado la acumulación de vicios y de corrupción personal, esta se había hecho pública, ya, por su último hecho, era imposible seguir ocultando la verdad. Está había estallado. La historia universal está llena de casos como este de Edmundo Chirinos, ¡no hay nada oculto bajo el sol!.
EL PSIQUIATRA
Todo lo que nos expone Ibeyise Pacheco es claramente coincidente con una personalidad enferma. Basta leer con atención el capítulo autobiográfico, lúcidamente titulado por ella “El delirio”, para darse cuenta que su personaje vivió en medio de sus mil fantasías. No sabemos al leer *Sangre en el diván* el origen de estas páginas: ¿le fueron dictadas por el propio Chirinos?¿o proceden de unas memorias que él redactó y no publicó, pero sobre la cual corrió la noticia de su existencia en nuestra comunidad intelectual? Sea cual sea su origen son en casi todos sus pasajes falaces, incluyen además afirmaciones, sobre todas las históricas, que pueden ser refutadas con un libro de historia de Venezuela en la mano. Y su idea de que toda idea novedosa procedía de él no puede ser más errónea. Es lastimoso leerlas. Al igual que la entrevista que le hizo Miyó Vestrini (1938-1991), que se recoge en el apéndice del volumen. Es impecable como todo lo que Miyó hizo en vida pero a la luz de lo que hoy conocemos del entrevistado no pueden ser tomadas en cuenta ninguna de sus respuestas.
EL DELINCUENTE
¿Cómo un delincuente de esa catadura anduvo entre nosotros, en el país, en la universidad, en el parlamento, sin que nos diéramos cuenta de quién era es la gran interrogante que subyace en el libro de Ibeyise Pacheco. Y ello porque se hace presente la sociedad de cómplices que lo encubrieron, los psiquiatras que atendieron a las pacientes violadas por él y guardaron silencio como si formaran parte de una sociedad de delincuentes de mutuo auxilio.
El personaje auscultado con tanta precisión por la periodista es sin duda un sexoadicto: es de esos hombres no pueden ver una mujer sin llevársela a la cama. Pero luego la olvidan, inmediatamente, porque como no sabe amar o no puede amar, cosa evidente en todo sexoadicto, no llega a tender lazos con ella.
No tiene conciencia, por su patología, no hay que ser psiquiatra para verlo así, de que no puede existir amor sin compromiso, sin sentir las huellas que una mujer amada deja en el hombre que la ama, por ello hay amores que nunca se olvidan, por eso hay amores que nunca acaban. Es por ello que hoy las mujeres reclaman tanto la llamada del hombre después de una noche de amor. Toda la literatura latinoamericana escrita por mujeres, que es fascinante para comprender el ser femenino, lo registra. Y la venezolana también, tal *El aplauso va por dentro* (1997) de Mónica Montañéz.
Pero este caso era distinto porque se trata de un enfermo: “Chirinos utilizaba la psiquiatría como excusa para abusar sexualmente de sus pacientes y cometer actos perversos, indignos” (p.200) como lo indica al investigador policial.
Tan grave es el asunto que los tres psiquiatras entrevistados por la autora para trazar el croquis de la personalidad perturbada del psiquiatra, y ahora homicida, “Chirinos de siempre, ha sido un seductor exagerado patológico” (p.158), indica el psicoanalista Rómulo Lander; Miguel Ángel de Lima, otro psiquiatra, “Chirinos es incapaz de amar. Solo se quiere él. No puede generar un vínculo real con nadie…También está su incapacidad de aprender de la experiencia” (p.165). Y la galeno Carmen Vallenilla, también entrevistada para *Sangre en el diván*, “Creerse Dios se llama narcisismo. Y para ser narciso, tú tienes que tener un buen nivel intelectual. No sólo belleza física. El narciso es el personaje que tiene la razón, la verdad en sus manos. Es capaz de hacer milagros. Hipnotiza, cautiva.
Todo lo que sucede a su alrededor se debe a él. Todo es producto de él, hasta donde su imaginación lo determine. Un narciso fácilmente se lleva la ética por delante. ¿Por qué no se la va a llevar? De hecho juega constantemente con la fama” (p.167-168). Y añade: “El comportamiento de Chirinos pareciera que no sólo tendría que ver con su narcisismo…siento que él tiene un problema con su sexualidad. El puede gozar, disfrutar del poder que tiene sobre alumnos, pacientes, pero yo lo siento aun más bizarro, más complicado…Además de otras características que tienen que ver con la falta de ética con los demás…A él no le importa nada, ni nadie” (p.168).
EL SUCESO
El asesinato de Roxana Vargas Quintero lo cometió Chirinos, de forma atroz, golpeándole la cabeza contra la pared, dejando lleno con la sangre de la muchacha el diván de su consultorio. Ello fue el 12 de Julio de 2008. Luego sacó el cadáver de su clínica y lo hizo arrojar en un vertedero de basura.
Siempre creyó que no sería descubierto, había vivido hasta ese día, toda su vida, al filo de la navaja. Pero aquella era su hora, no la menguada sino la de la justicia. Pero era imposible esconder el crimen dados los testigos de aquellos hechos, la hermana, los padres de la muchacha y sus amigos. La madre denunció al siquiatra ante las autoridades. Cuatro días más, el 16 de julio, la opinión pública conocía quien había sido el autor del homicidio.
De hecho comenzaron a aparecer otras víctimas, entre ellas una señora mayor, que había sido paciente del psiquiatra, también ella había sido violada por él. No pudo defenderse entonces pero guardó las pruebas: la ropa que llevaba ese día, toda llena del semén de Chirinos, la entregó a la policía. Inmediatamente también empezaron a conocerse las numerosas denuncias hechas por pacientes mujeres de Chirinos por hechos similares, varias de estas están presentadas en *Sangre en el diván*.
Tras el asesinato, la investigación cuidadosamente llevada adelante por el criminalista Orlando Arias, impecable sabueso quien cuidó siempre que la política no influyera en sus pesquisas, conocía bien la vinculación de Chirinos con el gobierno. En esa labor la inmensa red de mentiras dichas por Chirinos lograron quedaron al descubierto y ser refutadas, una tras otra, por el paciente detective Arias. El 29 de julio de 2008 le fue formulada a Chirinos la acusación por homicidio intencional; al día siguiente, 30 de julio, fue detenido; el 29 de septiembre 2010 fue condenado 20 años de prisión y se prohibió del ejercicio de la psiquiatría.
ROXANA
Lo que sucedió a Roxana Vargas Quintero, no pudo ser peor, rindió la vida en manos del psiquiatra. Todo de forma inocua. Ella fue primero su paciente. La primera cita fue el 30 de septiembre de 2007, un año antes de su homicidio. En ese primera cita el abuso sexual cometido no puede ser sino calificado como una violación (p.18). Violación es siempre, a nuestro entender, cualquier relación tenida sin la aceptación plena de la mujer, incluso cuando se trata de una esposa. La misma Roxana confesó en su blog que en ese primera relación él no la había penetrado(p.99) pero ello no cambia el hecho de la agresión sexual padecida, aprovechándose además de su estado de salud. Ella luego fue su amante, lo que nos indica que Chirinos no poseía ninguna ética médica, rompió con lo que debía ser la relación médico-paciente, incluso con el juramento hipocrático que obliga a todo galeno a dar salud y a no infligir la muerte.
Pero Roxana como una amante nunca fue tratada por Chirinos con la ternura y delicadeza con la que se trata a una mujer amada: nunca le invitó a salir, nunca la llevó a restaurant, nunca la sedujo, ni la enamoró, nunca la llevó a hacer el amor en su propio apartamento ni a un hotel, nunca pasaron juntos ni un fin de semana. Incluso, lo que es peor, la gente que trabajaba en su clínica sabían lo que el doctor estaba haciendo él con ella en su consultorio. Y el amor sin intimidad, sin secreto entre los que se aman, no es amor, sin seducción tampoco es posible que dos cuerpos, que incluyen dos almas, dos espíritus, dos sensibilidades, puedan enamorarse. En el caso de Chirinos el amor nunca estuvo presente, siempre estuvo lejos, lo que hubo siempre fue la violencia.
Y Roxana, demasiado joven para sopesar lo que iba a hacer, cometió luego el error fatal: cuando decidió denunciarlo, lo que era justo, completamente escrupuloso, volvió a su consultorio a decirle lo que haría, no se dio cuenta quien era Chirinos, esa noche el psiquiatra la eliminó porque por vez primera había aparecido la persona que lo desenmascararía ante la sociedad.
EL DIARIO
Pero Roxana Vargas Quintero dejó el gran testimonio acusador. Chirinos desconoció siempre de su existencia. Se trataba de su diario personal: “Un diario manuscrito, algunas veces con lápiz de grafito, otras con tinta azul y negra, sobre el cual volcó con la honestidad desgarradora de lo oculto sus sentimientos sobre todo su entorno, incluido Chirinos. Nadie conocía ese diario. Ni Mariana que vivía con ella, ni su madre, ni sus amigos. A todos sorprendió encontrarlo allí, en su cuarto, cuando comenzó su búsqueda porque por primera vez no había llegado a casa. El diario colocado allí era como un último mensaje, como una carta de despedida, como la confesión de un moribundo que había sido testigo de un hecho delictivo y conocía la identidad del culpable” (p.27). Allí estaba dicho todo.Y por cierto, Roxana, estudiante de Comunicación Social, escribía muy bien.
Todos los fragmentos que cita Ibeyise Pacheco están escritos con exactitud y hasta con belleza. No estamos hablando, era muy joven aun, de una persona con las dotes para la escritura de un creador de fuste pero si de una persona que redactaba sus hojas con un estilo mucho mejor que con la simple corrección al consignar los datos de su vivir. Ojala que algún día se publique, serán unas páginas más para añadir a nuestra literatura autobiográfica.
PARA CERRAR
No dudamos que este libro de Ibeyise Pacheco no sólo perdurará como el acto de justicia que significa. Sin duda, será utilizado en las escuelas universitarias de Comunicación Social como modelo de reportaje sobre un homicidio.
No podemos cerrar sin citar otra vez a Herrera Luque y a aquella observación suya: “No hay nada peor que un psiquiatra corrompido”.
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- Chirinos: "Una tragedia venezolana"
Etiquetas: Sociología
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